domingo, 28 de diciembre de 2014

055

En el momento que decidí que te dejaría ir lo supe, que dolería, dolería tanto porque por dentro en realidad deseaba aferrarme a tus manos, a tu abrazo.

Pedí tantas veces a Dios que si no había posibilidad de un nosotros te alejara, que no permitiera que vinieras a meterte en mi vida, que no tuvieras ninguna clase de influencia en ella. Pero eso no lo decido yo y mírame aquí, mirando las paredes de esta fría y absurda habitación, echándote en falta.

Hay momentos en los que realmente espero que también me extrañes un poco, que vengas y me digas que todo es una tontería, que nuestra no-relación no tenía por qué terminar. Mas comprendo que no hay un tú y yo. NUNCA lo hubo. A pesar de todo, las interminables platicas, esos abrazos en los que me hacías pensar que si me soltabas algo malo pasaría. Tus metas, mis metas. Nuestros sueños.

Se acabo todo y ni siquiera hay indicios de que te importe. Es así, de un día a otro me convertí de nuevo en nada. Y aunque de eso se tratará, no deja de doler.

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